Trató al tribunal de “mamarracho indigno”, advirtió que la deuda “va a ser imposible de pagar” si no se renegocia el acuerdo; Massa, De Pedro y Kicillof se destacaron en la primera fila
Cristina Kirchner no señaló a un candidato ni despejó las grandes incógnitas que desesperan a un peronismo en crisis. El acto en la Plaza de Mayo fue una celebración de sí misma, un alarde del poder de movilización que conserva y una advertencia simbólica a aquellos que amagan con desafiar su liderazgo. Sobre todo al más estridente de los ausentes: Alberto Fernández.
“Si no logramos que el programa que el FMI impone sea dejado de lado, va a ser imposible pagar”, dijo la vicepresidenta en uno de los tramos más celebrados de un discurso centrado en recordar la llegada de Néstor Kirchner al poder, de la que se cumplen 20 años, y repasar con un rosario de autoelogios su propia gestión al frente de la Casa Rosada.
La advertencia contra el Fondo, otro durísimo ataque a la Corte Suprema, a la que calificó de “mamarracho indigno”, y un llamado al peronismo a elaborar un programa económico distinto al actual fueron los puntos centrales de la presentación de la vicepresidenta, que evitó deliberadamente cualquier definición electoral. No dejó pistas siquiera para especular sobre quién es el candidato que ella prefiere para representar al Frente de Todos este año en la boleta principal.
La lluvia le puso un condimento épico a la tarde. Desde la multitud se escuchaba el insistente “¡Cristina presidenta!”, banda sonora del operativo de la vicepresidenta para garantizarse la última palabra en la estrategia política del peronismo. Ella hacía largas pausas para que se oyera a sus seguidores.
La organización montó un escenario monumental, coronado por unas pantallas LED dignas de un show de Coldplay y con casi 300 dirigentes políticos (diputados, senadores, sindicalistas, ministros, intendentes) a los que se exhibió como si fueran soldados para la batalla interna. En la primera fila resaltaban los ministros Sergio Massa y Eduardo de Pedro, dos de los anotados en la lista de posibles candidatos presidenciales del oficialismo. Máximo Kirchner se acomodó al lado de ellos, junto a sus hijos y su sobrina Helena (hija de Florencia).
Axel Kicillof quedó en un lugar bien visible. Pero fue notable la ausencia de otros gobernadores: solo Alicia Kirchner (Santa Cruz) y el riojano Ricardo Quintela viajaron a Buenos Aires para sumarse a la escena. También se notó el vacío de gran parte de la CGT y del camionero Hugo Moyano.
Quedó a la vista la silueta del territorio peronista que lidera la vicepresidenta: La Cámpora, sus aliados massistas y el PJ del conurbano, más un dominó de expresiones de la izquierda sindical de los movimientos sociales.
Cristina había llegado a las 15.30, protegida con un piloto con capucha mientras un custodio la seguía con un paraguas. Empezó de inmediato su repaso histórico, que -como es habitual en ella- se remota a la crisis del 2001 y la herencia que recibió Néstor Kirchner.
“Fuimos nosotros, los kukas, los que pagamos los depósitos del Boden 12 (el corralito)”, gritó, al tiempo que ligó con el gobierno de Fernando de la Rúa a los actuales opositores de Juntos por el Cambio.
La marcha estuvo coordinada por La Cámpora y tuvo una fuerte participación del Movimiento Evita, hasta hace poco la pata territorial del albertismo. Intendentes peronistas del conurbano movilizaron columnas, al igual que organizaciones sociales (como la UTEP) y algunos de los gremios que integran la CGT y la CTA. Todos pugnaron por acercarse al escenario, plantado en la mitad de la Plaza, como si quisieran tomar distancia de la Casa Rosada.
El calendario le dio a Cristina el motivo ideal para probar su capacidad de movilización en momentos de extrema tensión política interna y cuando falta un mes para la inscripción de las candidaturas para las PASO. El vigésimo aniversario de la asunción de Néstor Kirchner fue el motivo formal de la marcha, en otro intento del kirchnerismo por resignificar la fecha patria. En la práctica el acto se pensó como el punto culminante del “operativo clamor” para que ella vuelva a competir por la presidencia, iniciado en diciembre, cuando que la Justicia la condenó a 6 años e inhabilitación perpetua por corrupción.
Ella no se movió un centímetro de su palabra. “Me odian, me proscriben, porque nunca fui de ellos. ¡Siempre seré del pueblo!”, enfatizó, en alusión al Poder Judicial.
Cuando señaló a los jueces de la Corte Suprema, elevó el tono y pidió separar del cargo a los actuales integrantes. “Tenemos que repensar el diseño institucional; no podemos seguir con la rémora monárquica de gente que nunca rinde cuentas de nada y a nada -amplió-. No se sabe dónde viven, qué tienen. Eso no es de República, de democracia. Pónganle el nombre que quieran”.
Al recordar el estallido del 2001 aprovechó para aludir sin nombrarlo a Javier Milei y su propuesta estrella. “El día en que se cayó la falsa dolarización (por la convertibilidad) en esta plaza se reprimió a las madres y abuelas. Cuando Néstor llegó a presidente de la República, el PBI de este país era de 164.000 millones de dólares. Cuando su compañera entregó el gobierno en 2015 era de 647.000 millones de dólares. Pagamos 100.000 millones de dólares de deuda que no habíamos contraído nosotros. No fue magia”.
Fuente: lanacion.com.ar/politica/
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DIEGO